domingo, 16 de octubre de 2011

PLANES PASTORALES

Fue muy sorprendente hace años cuando el beato Juan Pablo II, después del año del gran jubileo del años 2.000 hizo una especie de “plan pastoral” para la Iglesia universal en su carta apostólica “Novo millennio Ineunte”, fechada el 6 de enero de 2001. Si recordáis en esta Carta se nos propone como fin de todas las actividades ser santos. Y como os digo, llamó enormemente la atención a los llamados pastoralistas, que son ávidos de hacer un sinfín de actividades muy sonoras e incluso publicitadas, pero que olvidan su fín último. El entonces papa se preguntaba: ¿por qué no me planteo en serio la santidad?
En todas las parroquias estamos dando los primeros pasos de lo que llamamos “plan pastoral” o “Curso pastoral”. Y para ello cada parroquia se plantea un sinfín de actividades, en gran medida pensadas para “los de dentro” y poco para hacerlo llegar a “los de fuera”, a los alejados. Pero la pastoral de la santidad es fundamental, porque de este fin ha de nacer todas las demás cosas que hacemos. La misma legión de María habla claramente cuál es el fin que tiene: hacer de sus miembros unos santos. Su estructura está pensado para ello: insistiendo en la oración diaria, en la participación diaria de la Santa Misa, en el rezo diario del santo rosario, de la oración litúrgica de la Iglesia, en el apostolado serio. Si conocemos biografías de santos, si las hemos leído, hemos visto cómo en ellos estaban también nuestros mismos problemas, nuestros mismos pecados y miserias. Pero también vemos en ellos cómo las gracias que Dios les iba dando, no se quedaban solo para enterrarlas y ponerlas a buen recaudo, como en aquella parábola del evangelio, sino que corresponden. Como la gracia es la intimidad divina de nuestro Creador, Redentor y Santificador, al dejarse hacer y corresponder, se adquieren nuevas gracias, y así indefinidamente…
Decimos querer ser santos, pero lo que dejamos ver es lo contrario. Pensamos que eso de ser santos se consigue sin pretenderlo, con los brazos cruzados esperando que Dios sea el que lo haga todo en nosotros. Sin embargo tanto las enseñanzas del Señor, como las vidas de los santos nos enseñan que la santidad se va consiguiendo colaborando con la gracia, con nuevas gracias que se nos son otorgadas. La misma Virgen María, a la que decimos querer, no se queda disfrutando de la plenitud de la gracia que Dios la regaló por el papel importantísimo que iba a tener en la historia de la salvación, sino que rinde sus talentos al máximo. Decimos querer ser santos, pero no quiero hacer más en legión, poniendo un sinfín de excusas:¿hemos leído la biografia del fundador o preferimos empaparnos del “sálvame”? A veces, incluso, soñamos con ser misioneros en tierra lejanas para darnos de verdad a Dios y a los demás…Pero rechazamos alegremente los medios que tenemos a nuestro alcance y que si los usáramos correctamente, nos pasaríamos del cielo. Que deseemos ser santos, que ese deseo se palpe en nuestra vida legionaria, viviéndola intensamente, que no nos conformemos en ser como somos sino que deseemos mejorar en aquello en lo que estamos estancados: en la caridad en los praesidia, en el aburquesamiento apostólico, en el conocimiento vivido de Jesucristo en la oración contemplativa. Hay mucho por hacer y mucho por disfrutar aún, pues cuando un discípulo del Señor se da más, se halla más feliz y desarrollado, esa felicidad que da el Santo Espíritu.

Allocutio del mes de octubre de 2.011 en Comitium de Toledo

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