I.-
Como dice san Luis María Grignon de Montfort, hay muchos cristianos
escrupulosos que no hablan tanto de la Virgen como debieran, porque creen que
si lo hacen, hacen de menos a Jesucristo. Quizá ocurre lo mismo en muchos
predicadores… Sin embargo san Bernardo de Claraval dice que “de Virgo María nunquam
satis”, esto es, que nunca se ha predicado suficientemente de Ella.
¿Qué
podemos hacer para saber la justa medida de cómo amarla y de cuánto amarla? El
evangelio nos da unas pistas. Así dice, por ejemplo el evangelio de san Juan: El Padre mismo os quiere, porque vosotros me
queréis y creéis que yo salí de Dios. (Jn 16,25).
Si
el Padre Eterno nos quiere porque hemos acogido a Cristo en nuestras vidas,
porque le queremos, porque sabemos su identidad humano-divina, y eso que lo
hacemos a medio pulmón. ¿Cómo tiene que ser entonces el amor de Dios Padre con
la Virgen? Porque Ella ama a Jesucristo
con todo su ser, porque sabe por experiencia vital que ha salido de Dios, de su
exclusiva voluntad.
Si repasamos su vida vemos las
delicadezas que Dios ha tenido con Ella y que a su vez Ella se ha ganado. Desde
ser inmaculada, sin pecado, pasando por ser madre y virgen, para llegar a ser
asunta al cielo en cuerpo y alma como hizo su Hijo un día. Vemos entonces cómo
Dios Padre la ha amado y la sigue manteniendo su amor eternamente. Esta,
entonces, es la medida que tenemos que usar a la hora de amar y de predicar
sobre nuestra Señora.
II.-
Los santos son ejemplo de cómo hacerlo. De echo, no hay ningún santo que esté
canonizado, ni los santos anónimos, que no hayan profesado un amor delicado y
profundo hacia la Madre de Dios. San Juan de Ávila, patrono del clero secular y
próximo doctor de la Iglesia, llega decir rotundamente esta expresión tan
vital: Más quisiera estar yo sin pellejo que sin devoción a la Virgen
Santísima. Es que es consciente este santo que la devoción a la Virgen centra,
nos hace que no caigamos en extremismos malsanos y al decir eso de “sin
pellejo” nos quiere decir que la devoción a la Virgen ha de estar en nuestro
ADN siendo parte de nuestro ser, vivir y actuar.
Os
traigo otro ejemplo: san Bernardo que es el último santo Padre de la Iglesia, y
que puso las bases para la Mariología. Arrasaba en sus predicaciones. Cuando
iba a las aldeas predicando, las madres escondían a sus hijos, las novias a sus
novios, porque cuando hablaba de la Virgen, se convertía en una especie de
flautista de Hamelín que los arrastraba a los conventos. ¡Ay, si nosotros
hablásemos de María con la mitad de su fervor y unción! Como no hay dos sin
tres os traigo a san Juan Bosco, sacerdote italiano del siglo XIX que se dedicó
por entero al cuidado de los jóvenes, dándoles formación en los tiempos de la
revolución industrial. Cuando estaba consumidito por la vejez y el cansancio
físico, rechazaba la alabanza de la sociedad, de los muchachos, de los obispos
y decía sin parar: Ella lo ha hecho todo, la Virgen lo ha hecho todo.
Podríamos
citar a nuestro Ildefonso, y a tantos otros. Esos tres son suficientes para
hacernos ver cómo a los largo de los años se ha amado y predicado a la Virgen,
y cómo es que cuando se hacen las cosas en Ella las labores son más fructuosas.
Los santos, gentes que han sido como tu
y como yo, nos enseñan también cómo amarla.
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