viernes, 28 de diciembre de 2012

AÑO DE LA FE (II)


I. Estamos comenzando este año de la fe. Oímos decir alegremente que “no se tiene fe”, pero equivocadamente, porque hay una fe humana que usamos todos los días: por esta fe humana creemos, por ejemplo, que Colón descubrió América en 1492 y ninguno de nuestra generación estuvo allí (que yo sepa, no se); o repetimos sin haberlo visto la fórmula molecular del agua; qué forma tiene la península ibérica aunque ninguno haya subido a un satélite artificial para verlo y nos fiamos de las fotografías que bien podían estar trucadas; y así tantas cosas. Incluso a nivel más personal afirmamos rotundamente que nuestros padres y hermanos son los que decimos que son… La fe, por tanto, no es algo antinatural en el ser humano, sino que es un hecho plenamente humano al fiarnos de lo que otros dicen de un tema que nosotros desconocemos totalmente. Nos fiamos de los historiadores, de los científicos y de otros muchos, desarrollando así nuestra “fe humana”. Y nos fiamos por la autoridad que tienen esas personas a las que consideramos dignas de todo crédito.

II. Si lo hacemos así al nivel humano, de la misma forma podemos desarrollar nuestra fe sobrenatural. Es verdad que este don se nos fue regalado en el momento del bautismo, pero también tiene sus raíces en la fe humana. Nuestra fe se fundamenta en las enseñanzas de los apóstoles, por eso decimos que nuestra Iglesia es “Apostólica”. Éstos vieron a Jesucristo: compartieron con Él esos 3 años que denominamos de “vida pública”. Vieron sus milagros, oyeron sus predicaciones y los recuerdos de la Virgen. Le vieron ir dando pasos para fundar la Iglesia, instituyendo gradualmente los sacramentos que la hacen. Y le vieron entregar su vida en la cruz, le enterraron, y le vieron vivo resucitado, comiendo con Él… De esa experiencia vital personal y empujados por la acción del Espíritu Santo fueron capaces de predicar la buena nueva de Jesucristo, y de entregar su vida por esta causa. Pudieron librarse de sus violentas muertes si renunciaban a predicar a Jesucristo muerto y resucitado, pero ninguno lo hizo. ¿Hay acaso más testimonio de la verdad de estos primeros seguidores de Jesús que nos confirman que sus enseñanzas son verdaderas? Si nos cuesta dar la vida por la verdad, ¿quién es capaz de dar la vida por una mentira? La sangre de los apóstoles, derramada por la Verdad que es Jesucristo, nos garantiza que nuestra fe es la verdadera, que tiene sus raíces fuertemente asentadas en Jesucristo.

III. Acoger y aceptar esta fe en Jesucristo no sólo es un enriquecimiento personal, pues el ser humano siempre está hambriento de conocimientos de toda especie. Sino que esta fe supone un encuentro vital y personal con el Señor que nos transforma involucra la vida, la totalidad de nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas. Con la fe cambia verdaderamente todo en nosotros y para nosotros, y se revela con claridad nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia, el sentido de la vida, el gusto de ser peregrinos hacia la Patria celestial[1].

IV. A nuestra Señora de la Fe la imploramos que nos alcance del Señor una fe firme, inconmovible como una roca.

 



[1] Audiencia General  de Benedicto XVI del día 17 de octubre de 2012.

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