La invasión musulmana hzo mucho mal a España y no solo en terreno de la fe. La unidad que habían conseguido los visigodos en Hispania queda rota en un puñado de condados cristianos que poco a poco, conforme van reconquistando tierras al invasor, se van a ir convirtiendo en reinos. Y cada uno de ellos va desarrollando su propia jurisprudencia, por la lejanía entre ellos y la falta de poder comunicarse.
Cuando llega la unidad política con los reyes Católicos, éstos, en vez de unir todas estas legislaciones en una sola, permiten las instiruciones de cada auno de los reinos que componen España y con ellas sus propias leyes. Su nieto Carlos I se dio cuanta de este grandísimo desmán y desde primera hora quiso homogeneizar su reino que no consiguió por sus intereses de emperador y su preocupación por las guerras e intereses europeos.
Será la Casa de Borbón a su llegada a España, por la muerte sin descendencia de Carlos II de la Casa de Austria, la que desee hacer un edificio nuevo y común que vaya unificando realmente el Estado con las llamadas Leyes de Nueva Planta. Es curioso: los liberales moderados - diríamoslos de derecha- estaban en contra de ellos, querían seguir con esas leyes diversas de cada uno de los antiguos reinos y sus instituciones, mientras que los llamados liberales radicales o progresistas - los socialistas de hoy- insistían mucho en la unidad del todo el territorio en todos los sentidos, queriendo hacer morir las instiruciones medievalistas que aún seguien existiendo. De esta concepción del Estado tan distinta surgieron guerras civiles que amargaron la vida de nuestros antepasados, que ya no luchaban por expulsar al moro e infiel, sino por hacer pervalecer una idea del estado.
No se supo o no se pudo hacer una unidad unitaria al modo francés o de otros países.
Y de esos errores, vienen los males que seguimos sufriendo los españoles del presente. Ahora son los del centro-derecha, los que prentenden que la unidad prevalezca frente a la diversidad muy marcada que quieren los socialistas.
Pero de esos errores del pasado deberíamos aprender en este presente. Las fuerzas centrífugas que la Constitución del 78 consagra han de ser compensadas por las fuerzas centrípetas que ella misma sostiene pero que los gobernantes actuales descuidan. Este es el estado resultante de un no saber hacer, pero que la deslealtad hace profundamente inviable. La conversión del corazón también ha de ser una conversión en la historia.
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