La democracia hace posible la participación de los ciudadanos en los asuntos que le preocupan. Ya desde la asamblea francesa del XVIII, por su ubicación en la cámara en la derecha o en la izquierda, se formaron dos grupos delimitados que darían origen a los partidos políticos. Éstos han ser cauce, por su democracia interna, de las aspiraciones de la sociedad civil orientándolas hacia el bien común[1] , ofreciendo a los ciudadanos el poder concurrir en su formación a los diversos comicios locales, regionales y nacionales. Los partidos han de ser capaces de síntesis política y con visión de futuro[2].
La democracia representativa no excluye la directa, que recuerda a la ateniense,¡sino que debe utilizar el referéndum para consultar a los ciudadanos en temas de vital importancia para la sociedad y la Nación[3].
2.2. PELIGROS DE LA DEMOCRACIA:
Cuando en el sistema democrático se pierde el consenso sobre la dignidad de toda persona humanael respeto de los derechos del hombre o se pierde la mirada hacia el bien común como criterio regulador de la vida política, entonces se pierde su significado más profundo, aunque formalmente se mantengan el respeto a los procedimientos democráticos y su estabilidad está mal cimentada[4].
El juego democrático hace que los diferentes partidos políticos sean vistos como opciones igualmente válidas. Como se está comprobando, desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha, esta misma forma de concepción está entrando en el campo moral, en el campo filosófico y en todos los órdenes. De esta manera las mismas leyes empiezan a depender, no de la Ley Divina ni la Natural, sino de las distintas mayorías parlamentarias que se creen erróneamente poseedoras de la capacidad de decidir lo que está bien o mal en el terreno moral o religioso, olvidando que su carácter moral depende de la conformidad con la Ley Moral a la que debe someterse. Se elabora así una “moral democrática” que quiere moldear a los ciudadanos según sus leyes, entrando así en lo más íntimo de la conciencia, el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella[5], incluso en la de los más jóvenes en alguna materia escolar. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia[6].
[1] Cf. Concilio Vaticano II, 75: AAS 58 (1966) 1097-1099
[2] Pontificio Consejo “Justicia y Paz” Compendio de Doctrina Social de la iglesia, Planeta, 2000, num. 413. (en adelante “Compendio”)
[3]Cfr. Idem
[4] Cfr. Idem, 407
[5] Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 16
[6] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 46: AAS 83 (1991) 850
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