Acabamos de celebrar gozosamente el nacimiento de nuestro Redentor. Seguramente hemos sentido un enorme vértigo al contemplar este hecho histórico, como cuando desde lo más alto de un edificio altísimo echamos una mirada hacia abajo. Y seguramente hemos sentido mucho consuelo al ver cómo este Dios eterno e inmortal ha venido a nuestra orilla, ha optado por nosotros, no ha querido que me pierda y pensando solo en mí ha pasado por el puente de la Virgen hasta nuestra dimensión temporal tan desagradecida, para ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
La epistola a la hebreos nos dice que Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios, que nos ha hablado por Él en esta etapa final que no tenemos que esperar ninguna revelación nueva, que es el reflejo de su gloria, impronta de su ser. El Verbo eterno ha asumido una naturaleza humana semejante a la nuestra menos el pecado, y ha pasado todas las etapas que un humano vive. En las aguas bautismales del Jordán asume nuestro pecado, se hace pecado, convirtiéndose en el siervo de Yahve profetizado siglos atrás por el profeta Isaías, siendo perfeccionado por el sufrimiento y pudiendo así comprender el dolor humano acompañándonos, dando su gracia, y al ofrecerse al Padre por nuestros pecados se ha convertido en Sacerdote eterno. Desde dentro quiebra la oscuridad, el pecado, la ignorancia y la muerte eterna. Por tanto, celebrar la Encarnación del Señor, su nacimiento, es celebrar nuestra vida, nuestra liberación verdadera.
Y esta liberación se hace desde dentro, no desde fuera. Se ha metido totalmente en nuestra realidad y dentro de ella ha explotado su Amor exterminando la enemistad del hombre con Dios y la muerte eterna a la que estabamos destinados sin su encarnación. Por eso no hemos de tener otra actitud de una contínua acción de gracias que se pone de manifiesto en nuestro culto público litúrgico que ha de ir acompañado con los sentimientos de nuestro corazón. Podía haber realizado nuestra redención de otra manera, pero sin embargo lo ha hecho "desde dentro" de nuestra dimensión, en el espacio y en el tiempo , con nuestra carne.
No sólo quiere el Señor que nos asombremos como Dios se ha hecho presente entre nosotros de un modo nuevo para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, sino que hay una enseñanza que hemos de asumir vitalmente. También nosotros hemos de encarnarnos en nuestro tiempo, en nuestra realidad cotidiana historica y desde dentro "explotar" también nosotros ordenando las cosas segun el querer de Dios. Tantas veces nos quejamos de los políticos de turno, de las asociaciones culturales o vecinales, del arte de todo tiempo, de las costumbres, en definitiva, sin Dios. Hemos de reconocer que los cristianos tenemos un pecado muy gordo de omisión, porque muchas parcelas de la vida se la hemos dejado a los sin-Dios. No nos hemos encarnado realmente como el Señor, no nos metemos de todas todas en la realidad mundana, se lo hemos dejado a otros, y claro ellos lo han ordenado y quieren ordenar segun criterios marxistas, masónicos, laicistas..... Creer profundamente en la Encarnación del Señor exige a los cristianos seguir el estilo de Jesús y meternos hasta en los charcos de este mundo, porque no hay nada humano que escape de la mirada cristiana, y desde dentro también como nuestro Divino Maestro explotar y empapar todas las realidades con su estilo, con sus valores.
No pensemos nunca en la Virgen María como una apartada de su época, sino como la vecina servidora y siempre dispuesta a apoyar las ideas justas, como la madre de familia preocupada de los asuntos vecinales y políticos de su época....porque vió como Dios mismo se había metido "hasta las trancas" en la historia humana, en nuestra dimesión. Así ha de hacer el legionario de María; entrar en las entrañas del mundo y desde él santificarle y llevarle a Jesús.
Allocutio Comitium Nuestra Señora del Sagrario
Enero de 2.010
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