Según la mentalidad semítica, el nombre debía ser expresivo de la personalidad de quien lo llevaba y de la misión que lo había confiado. Así se ha dicho, entre otras muchas cosas, que María podía significar "amada de Dios", "señora", "Ensalzada", "mar de amargura", "estrella del mar". San Bernardo, el último santo Padre de la Iglesia dice:
María es comparada oportunamente a una estrella, porque así como la estrella irradia su luz
sin corrupción de sí misma, de la misma manera la Virgen dio a luz a su Hijo
sin la menor lesión de su virginidad. El rayo que emite la estrella no disminuye su claridad,
ni tampoco el Hijo menoscaba la integridad de la Virgen.
María es sin duda aquella estrella radiante nacida de JAcob, cuya luz se difunde por todo el mundo, coyo fulgor brilla en las alturas y penetra en los abismos, se propaga
por toda la tierra, calienta más bien los espíritus que los cuerpos, vigoriza las virtudes
y extingue los vicios.
Ella es aquella esclarecida y singular estrella levantada inefablemente sobre este mar dilatado, fulgurando en méritos, ilustrando en ejemplos.
(S. Bernardo de Claraval, homilía sobre las excelencias de la Virgen Madre)
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