HOMILÍA DEL LEGADO PONTIFICIO MONS.AMATO
Eminentísimos y Excelentísimos Señores, sacerdotes, consagrados y consagradas, autoridades civiles y militares, hermanos todos en el Señor:
1. Participamos hoy con gran alegría en esta solemne beatificación del Venerable Siervo de Dios Ciriaco María Sancha y Hervás (1833-1909), arzobispo de Toledo y Cardenal de la Santa Iglesia Romana. Damos gracias ante todo a Dios Trino por este Siervo suyo misericordioso y santo, auténtica obra de arte de la gracia divina. Agradecemos también al Santo Padre Benedicto XVI este nuevo don que otorga a la Iglesia en España, Iglesia desde siempre riquísima en santos y en mártires.
El domingo pasado, 11 de octubre de 2009, el Santo Padre canonizó en el Vaticano a dos santos españoles: Francisco Coll i Guitart, sacerdote dominico, fundador de la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Anunciación, y Rafael María Arnáiz y Barón, conocido como el Hermano Rafael, oblato de la Orden Cisterciense.
Hace dos años, el 28 de octubre de 2007, en la Plaza de San Pedro de Roma, fueron proclamados beatos 498 mártires españoles que dieron su vida durante la persecución religiosa en España de los años 1931-1939. Estos fieles –obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, padres y madres de familia, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de toda edad y condición– provenían de muchas diócesis españolas. Para este numeroso grupo, la archidiócesis de Toledo dio una aportación extraordinaria de testimonio martirial, [que se añadió a la de los que habían sido beatificados anteriormente]. En aquella ocasión, de esta iglesia particular provenían cincuenta y cinco mártires: el Padre Víctor Chumillas Fernández con ventiún compañeros franciscanos; Liberio González Nombela y otros doce sacerdotes del clero secular de esta archidiócesis; Teodosio Rafael y tres compañeros, Hermanos de las Escuelas Cristianas; y el Padre Eusebio del Niño Jesús con otros quince compañeros carmelitas descalzos.
La Iglesia en España sigue siendo una Iglesia de santos, de testigos heroicos del Evangelio de Jesús, que es un Mensaje de paz, de justicia y de reconciliación.
2. En este firmamento de santidad brilla con luz propia el Beato arzobispo y cardenal Ciriaco María Sancha y Hervás. Hemos oído hace poco la lectura de su vida ejemplar. Quisiera subrayar aquí tres facetas, puestas de relieve en las Letras Apostólicas del Santo Padre Benedicto XVI, que le llama «asiduo e infatigable testigo de Cristo, padre de los pobres y promotor de la unidad de la Iglesia». Son tres aspectos que resalta la liturgia de la Palabra del día de hoy.
Allí donde ejercitó su ministerio, el Beato no se ahorró fatigas y sufrimientos. Se le pueden aplicar algunas de las expresiones con las que Isaías hace referencia al Mesías futuro: «El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación [...]. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos» (primera lectura: Is 53,10-11).
Su empuje apostólico estaba firmemente enraizado en la integridad y en la verdad de la profesión de la fe: «Hermanos –dice el autor de la Epístola a los Hebreos–, mantengamos la confesión de la fe [...]. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado» (Heb 4,14-16).
3. Para conservar y defender la unidad y la comunión en la Iglesia, el Beato no se detuvo ante trabajos y humillaciones. Durante meses, el joven sacerdote don Ciriaco estuvo encarcelado por haberse opuesto a la toma de posesión del arzobispo cismático de Santiago de Cuba, nombrado contra la voluntad de la Santa Sede. Y, una vez libre, sus palabras no fueron de resentimiento o de venganza, sino de comprensión y de caridad.
Fortalecido por la meditación y la asimilación diaria de la Palabra de Dios, adecuaba toda su vida a la humildad de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso podía inculcar a sus Hijas espirituales el amor al sacrificio, a las ocupaciones más bajas y humillantes, a la perfección en los actos comunitarios como medio para alcanzar los valores del Reino. Las impulsaba, sobre todo con el ejemplo, a imitar al Señor especialmente en la abnegación y en la humildad. Cuando era obispo de Ávila escribió una carta al nuncio, suplicándole que tuviera con él «la caridad de advertirme todos los defectos que encuentre en mí, que serán muchos»1.
4. El Beato Ciriaco Sancha y Hervás vivió pobremente y fue el padre de los pobres. Durante su estancia misionera en Cuba había ya comenzado la lucha por la independencia de la isla. El hambre, la miseria y la desolación reinaban por doquier. El buen corazón del joven sacerdote quedó profundamente afectado por la marginación y el estado de degradación de los niños abandonados. Por este motivo fundó el Instituto de las Hermanas de los pobres, que adoptaron más tarde el nombre de Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha. Pertenecían al Instituto jóvenes cubanas, adecuadamente formadas y alentadas por don Ciriaco. Su tarea consistía en proporcionar calor humano y espiritual a los huérfanos, a los ancianos abandonados y a los inválidos. Para el Siervo de Dios, los pobres eran el sacramento vivo de la presencia de Jesús entre nosotros y la Providencia divina era su punto de refe rencia diario para alimentar la caridad en sus obras. Recomendó a sus religiosas, como quicio de su actuación, la confianza en la Providencia divina, invitándolas a acoger y a prestar socorro al mayor número posible de pobres esperando no en los medios humanos, sino en la infinita Providencia de Dios.
A su regreso a España, continuó esa tarea de servicio a los pobres, también como obispo y como cardenal, fiel a la palabra de Jesús, que en el Evangelio de hoy nos dice: «Sabéis que los que son reconocidos come jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10, 35-45).
Javier Vales Failde, autor del libro Un sociólogo purpurado, escribe: «Era sumamente comunicativo, conversaba y bromeaba con todos, especialmente con los pobres y los humildes, a quienes socorría con las rentas de su cargo y los donativos que sabía recoger de las clases ricas, siendo sus paseos en extremo pintorescos, pues desde la linajuda dama hasta la vendedora ambulante y el deshonrado rapazuelo, todos se acercaban alegres y confiados a besar el pastoral anillo del Cardenal, y para todos tenía consejos oportunos, chanzas corteses y palabras de aliento y de consuelo, cumpliendo siempre este apotegma que oí muchas veces de sus propios labios: la autoridad debe ser imán que atraiga y no losa que aplaste»3.
5. Santidad de vida, celo por las almas, cercanía a los pobres, amor a la Iglesia y al Sumo Pontífice: son éstos los rasgos característicos de su figura de pastor y de maestro. Fiel a las enseñanzas del Papa León XIII, el Beato destacó en la promoción de la dignidad humana y cristiana de los obreros, fundando escuelas nocturnas para su formación, defendiendo el salario justo, fomentando las asociaciones para tutelar sus derechos y visitando los barrios pobres.
Dedicó particular atención a la formación intelectual y espiritual de los sacerdotes, así como al sustentamiento de los seminaristas y de los sacerdotes pobres y ancianos. En Madrid, Valencia y Toledo cuidó con solicitud la formación permanente de los sacerdotes. Con este fin, puso en marcha las conferencias morales para el clero. El Beato estaba persuadido de que la misión del sacerdote católico no consistía sólo en santificarse, sino también en asumir el compromiso de ser luz del mundo, sal de la tierra y custodio de la buena doctrina. Todo esto no puede hacerse realidad si el sacerdote carece de una profunda formación espiritual y cultural.
6. El alma de este extraordinario apostolado era su fe inmensa en Dios. Salvador Pérez escribe: «Para Ciriaco Sancha Dios no era una elucubración: Dios era el aliento de su alma, y hablar de Él le resltaba tan fácil y natural, que conseguía introducir a todos en el ambiente sobrenatural en el que él se movía»4.
Otro testigo, el difunto cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo, añade: «Fue un hombre de Dios y de su época, amó siempre a los más pobres, luchó intrépidamente por la fe católica, se distinguió por su celo, sufrió persecución, devolvió bien por mal, vivió y murió como un santo. Su ejemplo sigue teniendo hoy esa singular actualidad que acompaña a los que han vivido inmersos en el tiempo y en los problemas de los hombres, pero anclados en los eterno valores de la unión con Dios por encima de todo».
Es vivísima la actualidad del Beato Ciriaco Sancha, con la novedad perenne del Evangelio.
En este año sacerdotal, es modelo de de la dignidad y santidad de la vida sacerdotal.
Para las religiosas por él fundadas, será siempre fuente de inspiración existencial, para imitar a Cristo, el buen samaritano.
Para todos nosotros, hombres y mujeres de poca fe, constituye un modelo de fe, que nos empuja a vivir siempre con la mirada puesta en lo alto; de esperanza, para tener presente que nuestra verdadera meta es la patria celestial; y un dechado de caridad, que nos recuerda que el amor de Dios y del prójimo hace dignamente humana nuestra vida.
El Beato Ciriaco Sancha es timbre de gloria de la España católica.
Queridos hermanos: nos dirigimos confiadamente a la intercesión de la Virgen del Sagrario, para seamos dignos de recibir la herencia del Beato Ciriaco, le imitemos y sigamos gozando su protección ante Dios Trino, fuente de toda gracia.
Amén.