El pueblo de Israel, antes de la llegada de Cristo, era un hervidero de mesianismo. Había una especie de deseo de que llegara por fin el Mesías prometido por Dios, hasta tal punto que debajo de cada piedra salía un mesías que después de iba desinflando hasta quedar en nada. La mayoría eran mesías políticos, celotes, que querían expulsar a toda costa a los invasores romanos porque se sentían heridos en su amor propio al tener que depender politica y económicamente del exterior, organizando en la mayoría de los casos un ejército que se dedicaba a hacer una guerra de guerrillas que acababa con la muerte cruenta del mesías falso. Había una necesidad de mesianismo.
Hemos presenciado el nacimiento de un nuevo falso mesías y de su esplendor: el presidente Obama. Ya lo comentamos en un possit pasado pero va incrementándose su apariencia vacua. Como se hiciera con el verdadero Mesías, los nuevos soberanos de los pueblos,van en su busca para adorarle, para hacerse una fotografía a la que se da un poder cuasi mágico. Creen que él posee el poder de solucionar todos los problemas del mundo, e incluso antes de que haga nada en favor de la paz, le otorgan inmerecidamente el premio Nobel de la paz a costa de la pérdida de prestigio del mismo galardón. Se repite lo mismo de antaño. Ante la cerencia de principios y de valores que conmuevan ha aparecido la estrella del nuevo mesías Obama revestido con la púrpura de los votos al que se le da un poder desmedido de solucionar la crisis económica actual. La conjunción de planetas esta próxima.
Pero. al igual que los falsos mesías pasaron sin pena ni gloria y ya nadie se acuerda de ellos, así pasará con este mesías de apariencia aúrea pero insustancial.
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