Cuando visitó la joven María a su pariente Isabe entonó un cántico que Ella elaboró agradeciendo al Señor las maravillas que en Ella había realizado eligiéndola para ser su Madre. Inspirándome en sus palabras bien los sacerdotes podemos decir:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque se ha fijado en mi pequeñez y miseria,
para que se vea que lo que realice es obra suya, no mía.
Desde ahora me van a felicitar todas las generaciones
porque sou canal del Amor de Dios,
canal de gracia y perdón.
Porque tengo la dicha de tocar día tras día al Autor de la Vida,
a Jesucristo que se ofrece al Padre y con Él me uno en su ofrecimiento.
Mientras que a los que se creen sabios en este mundo
son apartados por soberbios y deslenguados,
a mí, pequeño entre los pequeños,
me ha puesto junto a sí, llamándome "Amigo".
Auxíliame, Señor, que sin Tí nada puedo,
que me hundo, acuérdate de mí por amor a tu Nombre.
Gracias, Señor, por haberme dado la vocación sacerdotal
sin yo merecerlo.
Gracias, Señor, por darme a tu Madre como apoyo firme.
No me dejes de tu mano.
AMÉN.
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