lunes, 21 de junio de 2010

URBANIDAD RELIGIOSA



La última reforma litúrgica del Vaticano II ha intentado que todo el pueblo de Dios participemos cada vez más activa, piadosa y fructuosamente de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía. Sin embargo mi experiencia sacerdotal me ha hecho ver que aún queda mucho que hacer y que en demasiadas ocasiones los fieles siguen viendo la celebración de los Sacramentos desde lejos aún, como quien contempla un espectáculo sin involucrarse devotamente en ellos. Las distintas oraciones, los prefacios, pasan desapercibidos, y las lecturas bíblicas se escurren demasiadas veces no llegando a dar forma a nuestra vida.
Es necesario que salpimentemos nuestra Misa del domingo y, ojalá que también la de todos los días, con distintos actos devotos internos y externos para que de esta forma nos ayuden a vivirla más y mejor. Cuando se hizo público el deseo de las autoridades de hacer una nueva asignatura llamada “educación para la ciudadanía”, pensé como tantos otros que iban a enseñar a los chicos y chicas las buenas maneras propias para que se pudieran comportar correctamente y hacer una convivencia más educada: una cierta urbanidad. El tiempo, sin embargo, nos hizo ver que detrás de esta asignatura o, mejor dicho en sus fundamentos, estaba un deseo de manipulación de las conciencias por parte del Estado.
Tenemos que tener una cierto “urbanidad religiosa” para vivir mejor la liturgia, la vida de piedad, y para ello hemos de empapar y dar sentido a los gestos litúrgicos que hacemos corrientemente en la celebración de la Misa, desde el mismo momento que sabemos que vamos a participar de la Eucaristía. Ya desde el primer momento del día, si rezáramos Laudes, o bien con alguna forma de oración, ofreciendo el día al Señor y teniendo a lo largo de la jornada momentos en los que seamos conscientes de estar en la presencia de Dios, con alguna jaculatoria que nos ayuda a recordarlo. De esta manera, haríamos nuestras labores de cada día con un espíritu de mayor perfeccionismo pero con vistas sobrenaturales, no para quedar bien, o como una manía, para que en el momento del ofertorio de la Misa, en el momento en que el sacerdote hace las ofrendas del pan y vino, poder poner en el altar las labores realizadas para alabanza y gloria de Dios. Esa gotita de agua que el sacerdote pone en el cáliz junto con el vino, no sólo es un gesto de fidelidad a lo que el Señor hizo en la Última Cena, ni tampoco es un recordatorio de que en la Cruz, del Costado abierto del Redentor brotó agua junto con la Sangre, sino que nos ha de ayudar a ver que es gota simboliza nuestros afanes diarios, nuestro trabajo de cada día que han de ser realizados con ese espíritu sobrenatural, completando así, en palabras de San Pablo, lo que falta a la pasión de Jesús. Bueno sería que tuviéramos todos un misal de mano para antes de ir a la Misa haber leído las lecturas al menos que se van a proclamar y las oraciones que el sacerdote va a elevar a Dios. En la publicación semanal PADRE NUESTRO están puestas todas las lecturas que se van ir haciendo durante la semana. De esta forma nos vamos metiendo poco a poco en la Divina Liturgia, empezándonos ya a asombrar de cómo Dios ha querido hacerse entender por el hombre usando la misma palabra humana…¡qué gran cosa es! Y abrirnos así poco a poco a la acción de esta Palabra al modo de la Madre de la Palabra.
Es importante también que no lleguemos con la hora pegada al templo. La edificación de los primeros templos cristianos nos enseña ya cómo los primeros cristianos intentaban ir entrando poco a poco en el misterio eucarístico. En esas primeras construcciones, después de las persecuciones, hacían un atrio con vegetación con alguna fuente en el medio, para que así, antes de pasar a la Iglesia, por la vegetación el ruido relajante del agua, el espíritu se fuera serenando, dejando atrás los asuntos diarios, los ruidos, las músicas, los pensamientos y así poder saborear más intensamente los ritos litúrgicos. Ya no hay atrios en la mayoría de las iglesias que hagan esta labor más relajante, pero sí que podemos y debemos llegar un poco antes del comienzo de la Santa Misa. Son minutos quizá perdidos, es verdad, pero muy necesarios, porque de esta forma nuestra mente en el silencio, va a ir descargando las músicas que nos rodean, los ruidos de las radios, de las noticias, de las imágenes…. Y cuando todo ello se haya descargado, entonces en ese vacío, es cuando somos capaces de participar más vivamente e intensamente en la Eucaristía.
No perdamos santas costumbres como es coger agua bendita cuando pasamos a la Iglesia, pues ese simple gesto, además de quitarnos los pecados veniales, nos recuerda nuestra condición de cristianos, de hijos en el Hijo, de hermanos… por lo que ya nuestra mente hace que nos demos cuenta que no estamos en un sitio más donde la gente se suele reunir sino en los umbrales de la Jerusalén del cielo y ciudadanos del cielo, donde el cielo y la tierra se van a unir en el momento de la Consagración. La genuflexión que hacemos ante el Señor, no sólo ha de ser un gesto ritual que nuestra cultura hace para manifestar la divinidad de Jesús en la Eucaristía, sino que ha de ir acompañada de alguna bella jaculatoria tradicional o hecha por nosotros mismos, en la volquemos algún sentimiento al Señor Jesús. De esta manera también nuestros gestos rituales se irán cargando de expresión de fe y amor. Y la actitud ante la Palabra de Dios, como nos recuerda nuestro Manual, ha de ser con las actitudes devotas y reverenciales que tuvo nuestra Señora, Madre de la Palabra encarnada.
Tampoco han de olvidarse las recomendaciones de otro tiempo, que no por serlo ya es algo que hay que apartar, de exclamar cuando el sacerdote muestra la Sada, Forma en la Consagración con la exclamación de fe de santo Tomás: Señor mío y Dios mío. Ni que decir el recogimiento y devoción el momento de nuestra comunión, como la acción de gracias. San Ignacio recomendaba rezar en ese momento el célebre “Alma de Cristo” que hace que interioricemos más aún el sacramento sacrificial que hemos comulgado. Y una vez que la Misa ha concluido bueno será que a poder ser hagamos unos momentos de adoración para que no caigamos en la rutina sino que así vivamos profundamente el Sacramento.
Si antes de nuestra participación en la Misa ha sido una preparación, una vez concluída y vuelta a nuestros quehaceres , ha de prolongarse en una acción de gracias en medio de nuestras labores. Así haríamos de nuestro día a día una MISA: preparándola y regustándola.

Ojala que así vayamos viviendo cada día más y mejor lo que celebramos, con la fe y devoción con que la Virgen trató siempre a Jesús y le sigue tratando en el cielo.
Allocutio del 20 de junio de 2.010
Comitium "Ntra. Sra. del Sagrario"

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