Cuando Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II no estaba en su mente provocar una fractura en la vida de la Iglesia Sin embargo ocurrió todo lo contrario. Un movimiento rupturista se ha ido imponiendo progresivamente de tal modo que parece que la vida eclesial ha quedado dividida en dos mitades irreconciliables: preconciliar y posconciliar. El Papa Benedicto XVI en su llamada "reforma litúrgica" y en su magisterio quiere hacernos ver que no hay ruptura tal, sino que ha sido un invento "a posteriori". En su última Encíclica dice: el Concilio Vaticano II no representa una fisura entre el Magisterio social de Pablo VI y el de los Pontífices que lo precedieron, puesto que el Concilio profundiza dicho magisterio en la continuidad de la vida de la Iglesia (C.V. 12) Aunque se refiere aquí al magisterio social bien lo podemos aplicar al resto de la vida ecelsial. Nos hace falta un gran grado de madurez para podernos centrar y así ver el Concilio dentro de la corriente viva de la Tradición.
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