“María, estrella de esperanza” (spes salvi 49)
I.- Cuando somos bautizados Dios nos regala tres dones: las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. Regalos que no solo hemos de conservar sino dilatar.
II.- A la Virgen Santísima la llamamos discípula perfecta de Cristo porque Ella vive en plenitud las tres virtudes teologales. Hoy vamos a ver cómo Ella vive la virtud de la caridad.
III.- Vive la caridad, esto es el amor, en sus dos dimensiones: a Dios y a los hombres. Su amor a Dios se va desarrollando desde su niñez en un ambiente apropiado ansiando que las promesas hechas por Dios a su pueblo de cumpliesen. Un amor que la lleva a entregarse virginalmente al Señor, sin reservarse nada para sí misma, a meditar asiduamente las profecías que se leían los sábados en la sinagoga judía. Un Amor que se cristaliza definitivamente en la aceptación de la vocación que Dios la da: ser la Madre de si Hijo y permitiendo que la esperanza de milenios se hiciera realidad. Su caridad desde entonces se centrará en tratar y custodiar a su Hijo Dios, yendo al extranjero para salvarle de la muerte prematura, de su delicada crianza, de la educación de su humana naturaleza, de seguir meditando en su Corazón todos los acontecimientos que la van rodeando en los que se va manifestando la voluntad de Dios, viviendo en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel. Una caridad que se dilata sin cesar en el seguimiento de su Hijo rodeado de incomprensiones y tensiones en sus años de vida pública. Un Amor hacia Jesucristo que no le permite dejarle cuando todos le han abandonado al verle como un fracasado, como un delincuente.
III.- Vice la caridad hacia los demás. Sabemos que una vez que se entera por el Mensajero divino de la maternidad de su pariente anciana Isabel, no duda en hacer ese largo camino peligroso llevando la alegría contagiosa a su prima, convirtiéndose así en la imagen de la futura Iglesia que en su seno, lleva la esperanza al mundo por los montes de la historia. Una caridad a los hombres que la llevó igualmente a interceder por esos novios apurados adelantando los milagros de Jesús, a facilitar el seguimiento de su Hijo en esa primera comunidad de seguidores del Señor. Una caridad que la lleva a ofrecer el cuerpo de su Divino Hijo lacerado en la cruz al Padre eterno como reparación de los pecados de toda la humanidad. Un amor que la lleva a reunir alrededor de si a los titubeantes discípulos implorando la venida del Espíritu Santo. Un Amor que se dilata sin cesar ante las palabras de su Hijo en la cruz que la dice “ahí tienes a tu Hijo” y que asunta a los cielos tiene su expresión más completa convirtiéndose así en auxilidora de los cristianos, en salud de los enfermos, en causa de alegría para todos, en medianera de todas las gracias.
V.- En este mes de mayo hemos de pedir a la Virgen santísima que nos enseñe a creer a esperar y a amar. Que como estrella luminosa nos guíe en el camino de la vida hacia Jesucristo.
I.- Cuando somos bautizados Dios nos regala tres dones: las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. Regalos que no solo hemos de conservar sino dilatar.
II.- A la Virgen Santísima la llamamos discípula perfecta de Cristo porque Ella vive en plenitud las tres virtudes teologales. Hoy vamos a ver cómo Ella vive la virtud de la caridad.
III.- Vive la caridad, esto es el amor, en sus dos dimensiones: a Dios y a los hombres. Su amor a Dios se va desarrollando desde su niñez en un ambiente apropiado ansiando que las promesas hechas por Dios a su pueblo de cumpliesen. Un amor que la lleva a entregarse virginalmente al Señor, sin reservarse nada para sí misma, a meditar asiduamente las profecías que se leían los sábados en la sinagoga judía. Un Amor que se cristaliza definitivamente en la aceptación de la vocación que Dios la da: ser la Madre de si Hijo y permitiendo que la esperanza de milenios se hiciera realidad. Su caridad desde entonces se centrará en tratar y custodiar a su Hijo Dios, yendo al extranjero para salvarle de la muerte prematura, de su delicada crianza, de la educación de su humana naturaleza, de seguir meditando en su Corazón todos los acontecimientos que la van rodeando en los que se va manifestando la voluntad de Dios, viviendo en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel. Una caridad que se dilata sin cesar en el seguimiento de su Hijo rodeado de incomprensiones y tensiones en sus años de vida pública. Un Amor hacia Jesucristo que no le permite dejarle cuando todos le han abandonado al verle como un fracasado, como un delincuente.
III.- Vice la caridad hacia los demás. Sabemos que una vez que se entera por el Mensajero divino de la maternidad de su pariente anciana Isabel, no duda en hacer ese largo camino peligroso llevando la alegría contagiosa a su prima, convirtiéndose así en la imagen de la futura Iglesia que en su seno, lleva la esperanza al mundo por los montes de la historia. Una caridad a los hombres que la llevó igualmente a interceder por esos novios apurados adelantando los milagros de Jesús, a facilitar el seguimiento de su Hijo en esa primera comunidad de seguidores del Señor. Una caridad que la lleva a ofrecer el cuerpo de su Divino Hijo lacerado en la cruz al Padre eterno como reparación de los pecados de toda la humanidad. Un amor que la lleva a reunir alrededor de si a los titubeantes discípulos implorando la venida del Espíritu Santo. Un Amor que se dilata sin cesar ante las palabras de su Hijo en la cruz que la dice “ahí tienes a tu Hijo” y que asunta a los cielos tiene su expresión más completa convirtiéndose así en auxilidora de los cristianos, en salud de los enfermos, en causa de alegría para todos, en medianera de todas las gracias.
V.- En este mes de mayo hemos de pedir a la Virgen santísima que nos enseñe a creer a esperar y a amar. Que como estrella luminosa nos guíe en el camino de la vida hacia Jesucristo.
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