Muchas veces en el ministerio del confesonario escucho lamentos de madres de familia cristianas que ven como sus hijos se han ido apartando de la fe que ellas mismas le inculcaron de pequeños y se preguntan si acaso no lo han hecho bien, si han dejado de hacer algo.
Y yo les hablo de santa Mónica y de cómo ella rezaba por al conversión de su Agustín, y que sus deseos de verle católico la llevaba incluso a las lágrimas. Y que después de mucho tiempo, su hijo se cansó de buscar la verdad en filosofías de tres al cuarto y se dió cuanta que la verdad estaba dentro de sí mismo y que hasta que no descansó el Jesucristo había dando tumbos.
Benditas lágrimas de madre que regaron sus oraciones consiguiendo la conversión de su hijo.
Benditas madres que oran por la conversión de sus hijos. Ójala que como santa Mónica vean la vuelta de sus hijos a la Iglesia, Casa de todos los hijos de Dios Padre.
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