sábado, 29 de agosto de 2009

EL SENTIMIENTO Y LA VERDADERA FE


Seguro que durante este mes de agosto hemos sido testigo de las emociones que se han vivido, bien en Toledo, bien el allí donde hemos estado, alrededor de la Virgen el día de su Asunción, o que vamos a ver el día 8 de septiembre con motivo de la Natividad de la Virgen. Sentimientos bellos, sin duda, pero que sin embargo no conducen necesariamente a la conversión sino que suelen quedar en algo pasajero. Los sentimientos son arranques hermosos pero que si no están fundados en la Verdad no cundicen a casi nada por no decir que a nada.

Recordemos al mismo san Pedro que un arranque de emoción llega a decir al mismo Jesucristo cuando anuncia su pasión: Aunque todos dejen yo nunca lo haré. Daré mi vida por tí. Fueron bellas palabras y generosas que brotaron de su corazón pero que sabemos que después quedaron en la nada más absoluta cuando las dificultades llegaron. O los gritos alborozados de los habitantes de Jerusalén que acogieron al Señor al grito de ¡¡Hosanna en el cielo, bendito el que viene en nombre del Señor!! para pasar después al ¡¡crucifícale!! Las almas alborozadas que se dejan mover exclusivamente por la emoción están llamadas a dar altibajos en la vida de religión pues hacen depender su respuesta a los sentimientos del momento su saberlos encauzar correctamente.

Hemos de estar prevenidos y prevenir a los hombres acerca del papel de los sentimientos de la piedad. El estado perfecto del alma y al que debemos aspirar es el de inclinarnos a servir a Dios en todo, con una decidida determinación a dejarlo todo por Él, un amor a Él ni tumultuoso ni estusiasta, sino ese amor que un hijo tiene por sus padres, tranquilo, absoluto, reverente, contemplativo, obediente. En general bien podemos decir que las personas más religiosas son más serenas, pues la religión en sí misma es serena, moderada y consciente.

Los sentimientos son espontáneos, a veces convenientes, pero eso no es amor a Dios. Vienen y van. No hay que contar con ellos ni fomentarlos porque, como ocurrió en san Pedro, pueden suplantar a la auténtica fe y llevar al autoengaño pensado así que ya se ha llegado a ser un buen cristiano. Les tenemos que dar menos importancia a medida que vamos robustenciendo nuestra obediencia, primero porque las personas que tienen su alma anclada en Dios mantienen la paz perfecta y están a salvo de los sentimientos airados y segundo porque esos sentimientos que se han convertido en hábitos por el poder de la fe y, en lugar de ir y venir, y sacudir el espíritu intempestivamente se aprovechan en lo que tienen de bueno y dan un matiz más profundo y una expresión más intensa al cristiano.

Saquemos escarmiento de la experiencia de san Pedro, de los judios que aclamaron al Señor en su entrada en Jerusalén. Las misericordias del Señor a veces nos excitan durante un tiempo, sentimos que Cristo nos habla en la conciencia y en el corazón ,y fantaseamos pensando que Él nos asegura que somos sus verdaderos siervos, cuando en realidad está llamando a nuestra puerta para que lo dejemos pasar. Un solo acto de abnegación, el sacrificar al deber alguna inclinación, vale más que todas las buenas intenciones, los ardientes sentimientos. Nos dará siempre más consuelo los actos de superación, de humildad, de verdadera piedad, más que la exaltación espiritual en un momento dado. Las buenas acciones son fruto de la fe y nos aseguran que somos de Cristo; nos dan prueba de que el Espíritu obra en nosotros y serán acogidas por Dios por la bondad de divina Matrona del Cielo, la Madre del Cielo.


(ALLOCUTIO DEL MES DE AGOSTO COMITIUM NUESTRA SEÑORA DEL SAGRARIO. TOLEDO)

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