domingo, 21 de septiembre de 2008

¡QUÉ HARÍAMOS SIN ELLA!


I.- Ya sabemos que la vida de la Virgen Santísima no tiene sentido si no es con relación con Jesucristo. Pero, ¿hemos pensado alguna vez qué hubiera sido de Jesús sin Ella, si sus planes de salvación no hubieran pasado por ser uno de tantos (naciendo y creciendo)?.
II.- Nuestra Señora aportó a la Persona del Verbo la Naturaleza Humana, un corazón humano al que después formó humana y sobrenaturalmente, al que protegió marchando como una familia de exiliados más para evitar su muerte prematura, al que educó en la fe y costumbres del pueblo judío, en un oficio humano con san José, la que lleva la alegría cuando llega a visitar a su pariente Isabel. Es Ella la que hace posible que su hora se adelante al conseguir el primer milagro en Caná en favor de esos novios desesperados; la que cuando todos le dejan Ella se mantiene firme y fiel a su Si en Nazaret al Arcángel, siendo para Jesús bálsamo en esas horas bochornosas y oscuras en el camino de la amargura; Ella es la que con su presencia el pié de la cruz, ofreciéndole al Padre Eterno por nuestra salvación, le consuela y anima para culminar con su obra salvadora.
III.- Me imagino que os habrá consolado y animado estudiar el capítulo 2 del capítulo IX “Los varios oficios que ejerció María alimentando, criando y prodigando amor al cuerpo físico de su divino Hijo, los continúa ejerciendo ahora a favor de todos y cada uno de los miembros de su Cuerpo místico, tanto de los más altos como de los más ínfimos”. Por eso se comprende que el papa Juan Pablo II hable que tenemos que ingresar en la escuela de María para que Ella nos forme como formó a Jesús o como enseñó recientemente Benedicto XVI en Lourdes María nos enseña a orar, a hacer de nuestra plegaria un acto de amor a Dios y de caridad fraterna. Me consuela profundamente que la Virgen me eduque silenciosa pero activamente para que siga mejor y más profundamente a Jesucristo; me anima al saber que Ella me ayuda a levantarme de las caídas, como ayudó a Jesús a levantarse cuando aprendía a caminar; me fortalece saberme acompañado en mi propio camino de la amargura como Jesús notó su mirada amorosa y conmovida ante su dolor; me siento fuerte al saber que al pié de mi cruz física o moral está Ella, ofreciéndome también como lo hizo con su Hijo , ayudándome a completar lo que falta a la pasión de Jesús.
IV.- Pero también la teología del Cuerpo Místico, central en la vida del legionario de María, es exigente pues nos abre nuevos caminos antes quizá no transitados. Desde nuestra promesa legionaria, Ella quiere servirse de nosotros para continuar realizando en la Iglesia la misma función que realizó un día en Jesús. Nuestras labores apostólicas tienen este significado, como indica la tercera ordenanza fija, y unidos a María ser educadores en la fe, ser compañeros en el dolor, ser bálsamo en las horas de la prueba, ser vínculo de unidad entre todos los seguidores de Jesucristo. Con razón Pablo VI proclamó a la Virgen María Madre de la Iglesia durante la celebración del Concilio Vaticano II, y los legionarios al contemplarla nos ha de ayudar a descubrir nuestro lugar y vocación en la Iglesia, que ningún otro movimiento apostólico tiene.
(Allocutio del 21 de septiembre de 2.008 en el Comitium de Toledo)

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