viernes, 6 de junio de 2008

CARTA PASTORAL DEL CARDENAL SEGURA ( y III)


DEBERES RELIGIOSOS DE LOS CATÓLICOS EN LA HORA PRESENTE


Necesario es insistir apremiantemente sobre los deberes religiosos de los católicos en la hora actual.
El arma poderosa, invencible, en todas las necesidades temporales y espirituales, así de los individuos como de los pueblos, es el arma de la oración cuando ésta reúne las condiciones que la señaló el divino Maestro.
En España en estos momentos difíciles no se ha orado ni se ora lo bastante y no se ha hecho la debida penitencia de los graves pecados con que se ha provocado la divina justicia.
Y es necesaria una rectificación de conducta si queremos llegar al triunfo de la buena causa.
Nos hemos dejado dominar por el espíritu de naturalismo que nos envuelve y hemos fiado en demasía el éxito de nuestras empresas a lo medios humanos cuando hay que buscar en Dios nuestro Señor el remedio de nuestros males.
Creemos, pues, imprescindible se organice, principal mente por las señoras católicas una cruzada de oraciones y de sacrificios para impetrar del cielo el auxilio de que en estos momentos estamos tan necesitados.
Provechosísimamente podrán tomar a su cargo esta obra bajo la dirección de los Rvdos. Párrocos las señoras que en una u otra forma militan bajo las banderas de la Acción Católica.
Extensísimo es el campo de acción que se las ofrece, pro moviendo con toda intensidad no sólo oraciones priva das por las necesidades de la Patria, sino actos solemnes de culto, públicas rogativas, peregrinaciones de penitencias y utilizando los medios tradicionalmente usados en la Iglesia para implorar la divina misericordia, conforme a lo que dispusimos en nuestra circular del día 15 de abril.


DEBER DE LOS CATÓLLCOS EN CUANTO AL GOBIERNO PROVISIONAL


Innecesario es, por sabido de todos, hacer constar que la Iglesia no siente predilección hacia una forma particular de Gobierno
Podrá discutirse en el terreno de los principios filosóficos cuál es la mejor, y aun puede suceder que entre los filósofos cristianos haya cierta unanimidad en preferir de terminado régimen; pero la Iglesia, sobre este punto, ha reservado su parecer.
Y es natural que así haya procedido ya que la mejor forma de Gobierno de una nación no se ha de determinar solamente a la luz de los principios filosóficos, sino ponderando multitud de circunstancias de lugar, tiempo y personas. La tradición, la historia, la índole y temperamento de cada pueblo, su cultura y sus usos y costumbres, su estado social, hasta su geografía y las circunstancias externas que le rodean, pueden hacer preferible una forma de Gobierno que teóricamente no sea la más perfecta.
Siendo el fin directo de la autoridad civil el promover el bien temporal de sus súbditos, no toca a la Iglesia, que tiene un fin mucho más alto, descender a un campo donde se ventilan intereses que, aunque muy respetables, son de orden inferior.
Mas no por eso se desentiende por entero del bien temporal de sus hijos. Es misión de paz la suya, y para mantener la paz, que es fundamento del bien público y condición necesaria de progreso, está siempre dispuesta a colaborar, dentro de su esfera de acción, con aquellos que ejercen la autoridad civil.
Pero a su vez, pide que ésta respete los derechos que otorgó a la Iglesia su divino Fundador y que, dentro también de la esfera de acción del Poder temporal, la ayude, en perfecta concordia, al cumplimiento de sus altísimos fines.
A la luz de estos principios, fácil es determinar cuáles son los deberes que incumben a los católicos con relación al Gobierno provisional que actualmente rige los destinos de nuestra Patria.
La Santa Sede, en ocasiones análogas, ha trazado normas, que los católicos deben cumplir con fidelidad.
Según estas normas, es deber de los católicos tributar a los Gobiernos constituidos de hecho respeto y obediencia para el mantenimiento del orden y para el bien común.
Sírvanos en este punto de guía para nuestra conducta la prudentísima actitud de la Santa Sede, que, al darse por notificada de la constitución del nuevo Gobierno provisional, declaró estar dispuesta a secundario en la obra de mantenimiento del orden social, confiando que él también por su parte respetará los derechos de la Iglesia y de los católicos en una Nación donde la casi totalidad de la población profesa la Religión católica.


DEBERES DE LOS CATÓLICOS EN SU ACTUACIÓN POLÍTICA

Más de una vez se ha repetido en estos últimos tiempos que la Iglesia no debe mezclarse en la política. Pero, como ya advirtió Pío X, «no es ciertamente la Iglesia quien ha bajado a la arena política: hanla arrastrado a ese terreno para mutilarla y despojarla »
¿No se le ha de conceder cuando menos el derecho de defenderse en el mismo terreno en que se la combate? «Cuando la política toca al altar, decía Su Santidad Pío XI a la Federación Universitaria Italiana, entonces la Religión y la Iglesia y el Papa, que la representa no sólo tienen derecho sino deber de dar indicaciones y normas, que los católicos tienen el derecho de buscar y la obligación de seguir. »
De aquí que el Sumo Pontífice Pío X reprobó la doctrina que afirma que es un abuso de la autoridad eclesiástica el que la Iglesia prescriba al ciudadano lo que debe hacer.
No se preocupa la Iglesia de intereses puramente temporales; no quiere invadir ajenas jurisdicciones ni privar a sus hijos de la legítima libertad en aquellas cosas que Dios dejó a las disputas de los hombres; pero tampoco puede consentir que se desconozcan o se mermen sus derechos ni los derechos religiosos de sus hijos.
Cuando esto suceda, cumplirá un deber, al que no puede sustraerse sin faltar a su misión divina, advirtiendo a los católicos el peligro, excitándolo a conjurarlo y dándoles normas para el mejor logro de sus fines superiores
A los católicos toca el acatar y cumplir los mandatos y normas de la Iglesia, que con la asistencia del Espíritu Santo, que la gobierna, y con la experiencia de veinte siglos, sabe hallar siempre, en medio de las mayores oscuridades, el camino de la verdad y del acierto.
La Iglesia, pues, nos enseña en primer lugar que «cuando los enemigos del reinado de Jesucristo avanzan resueltamente, ningún católico puede permanecer inactivo, retirado en su hogar o dedicado solamente a sus negocios particulares. »
«Preparar y acelerar—dice Su Santidad Pío XI en su Encíclica acerca de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo—la vuelta de la sociedad a Jesucristo con la acción y con las obras es ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es digno falte a quienes llevan ante si la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá proceden de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es forzoso que los enemigos de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. »
«A vosotros, decía a su vez a los católicos Pío X en su Encíclica «Communium rerum», a vosotros toca resistir valerosamente contra esta funestísima propensión que tiene la moderna sociedad a adormecerse, cuando más arrecia la lucha contra la Religión, en una inercia vergonzosa, buscando una vil neutralidad levantada sobre vanos respetos y compromisos; todo en daño de lo justo y de lo honesto, olvidados de aquella infalible y terminante sentencia de Cristo: El que no está conmigo está contra mi.»
Y el mismo Pío X, en su áureo documento Inter Catholicos Hispaniae, escribió estas palabras: «Tengan todos presente que ante el peligro de la Religión y del bien público, a nadie es licito permanecer ocioso.»
De lo cual lógicamente dedujo nuestro venerable predecesor el Cardenal Aguirre, en la primera de sus memorables Normas de Acción Católica y Social, «que los cató licos no deben abandonar en manos de sus enemigos el gobierno y administración de los pueblos.»
A esto equivaldría su abstención, pues, como advertía el Papa León XIII, en su Encíclica Inmortale Dei: «Si los católicos se están quietos y ociosos, fácilmente se apoderarán de los asuntos públicos personas cuyas ideas pueden no ofrecer grandes esperanzas de saludable gobierno.»
Para impedir que esto suceda, se requiere por parte de los católicos una prudente y eficaz actuación politica. ¿ No es deber de todos los católicos-decía Su Santidad Pío X en su Encíclica de 25 de Agosto de 1910- usar de las normas políticas que tiene a la mano para defender a la Iglesia y también para obligar a la política mantenerse en su terreno y no ocuparse de la Iglesia sino para darle lo que le es debido?
Esta actuación debe encaminarse de manera especial a que «tanto a las Asambleas administrativas como a las políticas de la Nación vayan aquellos que, consideradas las condiciones de cada elección, parezca que han de mirar mejor por los intereses de la Religión y de la Patria en el ejercicio de su cargo.»
¿Será preciso insistir en la oportunidad de esta advertencia, en los momentos actuales de la vida española, cuando van a elegirse unas Cortes constituyentes que han de resolver no sólo sobre la forma de gobierno, que al fin es cosa de importancia secundaria y accidental, sino sobre otros muchos puntos de gravedad suma, de trascendencia incalculable para la Iglesia y los católicos y para toda la Nación?
Nos hallamos en una de esas horas en que se va a decidir, quizá de manera irremediable, de la orientación y del porvenir de nuestra Patria.
En estos momentos de angustiosa incertidumbre cada católico debe medir la magnitud de sus responsabilidades, y cumplir valerosamente con su deber. Si todos ponemos la vista en los intereses superiores, sacrificando lo secundario en obsequio de lo principal; si unimos nuestros esfuerzos para luchar con perfecta cohesión y disciplina, sin vanos alardes, pero con fe en nuestros ideales, con abnegación y espíritu de sacrificio, podremos mirar tranquilamente el porvenir, seguros de la victoria.
Si permanecemos «quietos y ociosos»; si nos dejamos llevar «de la apatía y de la timidez» si dejamos expedito el camino a los que se esfuerzan en destruir la religión o fiamos el triunfo de nuestros ideales de la benevolencia de nuestros enemigos, ni aun tendremos derecho a lamentar nos cuando la triste realidad nos demuestre que, habiendo tenido la victoria en nuestra mano, ni supimos luchar con denuedo ni sucumbir con gloria.
En las circunstancias actuales todos los católicos, sin distinción de partidos políticos, deben unirse en apretada falange. Lo que hace años el Papa Pío X juzgaba «necesario e indispensable», lo es hoy más todavía: «Necesario e indispensable—decía aquel llorado Pontífice—ha juzgado la Iglesia respecto de los católicos de España que, si no pudiera lograrse una unión permanente y habitual, se esta ‘blezcan, cuando menos, acuerdos transitorios, per rnodum actus transeuntis, siempre que los intereses de la Religión y de la Patria exijan una acción común, especialmente ante cualquiera amenaza de atentado en daño de la Iglesia.»
«Adherirse prontamente a tal unión o acción práctica común—continuaba el citado Sumo Pontífice—es deber imprescindible de todo católico, sea cual fuere el partido político a que pertenezca.»
Quisiéramos no tener que escribir nombres que pueden ser bandera de combate de diversos grupos; pero Nos hemos impuesto el deber de hablar con entera claridad, y lo cumpliremos lealmente. Y así decimos a todos los católicos: Republicanos o monárquicos, podéis noblemente disentir cuando se trate de la forma de gobierno de nuestra nación o de intereses puramente humanos; pero cuando el orden social está en peligro, cuando los derechos de la Religión están amenazados, es deber imprescindible de todos uniros para defenderlos y salvarlos.
Es urgente que, en las actuales circunstancias, los católicos, prescindiendo de sus tendencias políticas, en las cuales pueden permanecer libremente, se unan de manera seria y eficaz para conseguir que sean elegidos para las Cortes Constituyentes candidatos que ofrezcan plena garantía de que defenderán los derechos de la Iglesia y del orden social.
En la elección de estos candidatos no habrá de darse importancia a sus tendencias monárquicas o republicanas sino que se mirará, sobre toda otra consideración, a las antedichas garantías.
Podría servirnos de ejemplo lo que hicieron los católicos de Baviera después de la revolución de noviembre de 1918: todos unidos y concordes trabajaron ardorosamente para preparar las primeras elecciones en las cuales alcanza una notable mayoría, aunque sólo relativa; de manera que., constituyendo el grupo parlamentario más fuerte, pudieron como atestiguan los hechos salvar al país del bolchevismo que amenazaba y que aún llegó a dominar algún tiempo, y defender los intereses de la Religión hasta la conclusión de un Concordato, muy favorable. a la libertad de la Iglesia y de las escuelas confesionales.
No se hablaba de monarquía o de república, Sino que toda la campaña electoral se basó en estos dos puntos: defensa de la Religión y defensa del orden social.
Esta coincidencia será fácil si todos los católicos que pertenecen a un partido cualquiera, recuerdan que «están obligados, como enseñó Su Santidad Pío X, a conservar siempre íntegra su libertad de acción y de voto para negarse a cooperar de cualquiera manera que sea, a leyes o disposiciones contrarias a los derechos de Dios y de la Iglesia, sino también a hacer en toda ocasión oportuna cuanto de ellos dependa para sostener positivamente los derechos sobredichos»
Juzgamos innecesario descender a más pormenores. No es tiempo de largos discursos, sino de orar, de obrar, de trabajar, de sacrificarse, si es preciso, por la causa de Dios y por el bien de nuestra amada Patria.
Si lo hacéis todos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, Dios bendecirá vuestros esfuerzos Prenda de la bendición divina sea la que Nos os damos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


Toledo, 1 de mayo de 1931.
+ PEDRO, Cardenal Segura y Sáenz

(BOAT mayo 1931)

No hay comentarios: